Cada gesto en la crianza nos invita a mirarnos. Mientras guiamos a nuestros hijos, ellos nos devuelven preguntas que nos transforman desde adentro.
“Los niños nos muestran la realidad que somos.” Esta frase, tan simple como poderosa, nos enfrenta a una verdad profunda: criar no es solo formar a otro, también es transformarnos a nosotros mismos.
Los niños nos muestran la realidad que somos.
La experiencia de la crianza, sobre todo en contextos donde se requiere un acompañamiento terapéutico o un abordaje del neurodesarrollo, no es lineal. Es un viaje de ida y vuelta entre el adulto y el niño. Según estudios de la Universidad de Harvard y publicaciones de UNICEF, el desarrollo saludable en los primeros años de vida depende tanto del entorno como de la capacidad de los adultos de establecer vínculos significativos y reguladores. Pero, ¿quién regula al adulto? ¿Quién lo sostiene mientras sostiene?
La respuesta no siempre está en el afuera. Muchas veces, está en ese espejo que son nuestros hijos. Ellos nos muestran nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras historias sin cerrar. Y ahí comienza el otro viaje: el del autoconocimiento.
La crianza como oportunidad de autoconocimiento
Cuando criamos, inevitablemente volvemos a ser hijos. Nos descubrimos repitiendo frases que juramos no decir nunca. Dudamos, nos enojamos, nos preguntamos si lo estamos haciendo bien.
En situaciones de crianza más desafiantes, como cuando un niño presenta diferencias en su desarrollo, la pregunta se intensifica: ¿Qué hacemos con nuestras propias emociones, expectativas y frustraciones?
Desde NeuroVida, lo observamos a diario: las familias que transitan procesos terapéuticos con sus hijos se ven interpeladas desde el amor, pero también desde el desconcierto. Porque cuando un diagnóstico entra en escena o aparece una necesidad particular, el primer impulso suele ser buscar respuestas afuera. Sin embargo, el proceso también demanda revisarnos adentro.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) sostiene que el bienestar emocional de los cuidadores es fundamental para el desarrollo del niño. Esto implica validar las emociones de las familias, habilitar espacios de escucha, y entender que el camino de la crianza no es recto ni predecible.
No hay recetas. Hay encuentros.
No hay recetas. Hay encuentros.
Cada familia es única. Cada niño es distinto. Y cada adulto que cría lo hace desde su historia. Por eso, es importante recordar que no hay una forma correcta de criar, sino múltiples maneras de estar presentes, disponibles y sensibles al otro.
Acompañar no siempre es saber qué hacer. A veces es estar, sostener el silencio, abrazar la incertidumbre y seguir caminando, incluso cuando no entendemos todo.
Como lo plantean muchos modelos contemporáneos de intervención familiar, la crianza puede y debe ser un espacio de construcción conjunta. Un lugar donde el adulto también se habilite a no tener todas las respuestas. Porque mientras enseñamos a crecer, aprendemos a ser.
Lo que nos enseñan ellos
Criar no es un acto unidireccional. Es una danza continua de aprendizaje mutuo. Los niños, con su mirada sin filtros, nos enfrentan a nuestras creencias, nuestros límites y nuestras posibilidades.
En ese espejo que nos ofrecen, descubrimos quiénes somos, quiénes fuimos y, sobre todo, quiénes queremos ser para ellos.
En NeuroVida Argentina, creemos que cada familia merece transitar este camino con acompañamiento, respeto y espacios para reflexionar, para sostener y también para ser sostenidos.
Porque mientras cuidamos, también necesitamos cuidado.
